Recluta de Mierda

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Macera, F. (2023): Recluta de mierda. Historia de un recluta gay, editorial, ciudad. Francisco Macera, geólogo del pensamiento de vocación, monje existencialista de profesión y pesimista redimido por Schopenhauer, nos regala en Recluta de Mierda un texto que debería convertirse de lectura obligada para las nuevas generaciones y para muchos de nuestros gobernantes. Déjenme justificarles mi posición. Los avances en el respeto por la diversidad sexual en nuestro país han creado la ilusión de que las batallas sobre la estigmatización, el racismo o la xenofobia están ganadas desde hace lustros. Sin embargo, las noticias sobre la degradación o la estigmatización a la que son sometidas personas no heterosexuales son sintomáticas de que la normalización de este colectivo es tarea pendiente de nuestras calles. Todos los padres y madres de familia y hasta muchos abuelos hacen alarde de una tolerancia sobre la relación homosexual que dista años luz de lo que sucedía en la época predemocrática; sin embargo, habría que preguntarse si, en general, genera la misma reacción social contemplar en la plaza pública, al salir del trabajo o en un programa de televisión el beso entre una chica y un chico que el de dos (o más) hombres o mujeres. ¿Acaso no sigue siendo la “comidilla del barrio” el descubrimiento de que alguien ha dejado a su pareja después de descubrir sus tendencias homosexuales? ¿Por qué muchos jóvenes siguen con miedo de salir del armario al otro lado, porque otros lo manifiestan con una ferocidad que evidencia el sufrimiento que les supuso salir del “closet” o los años de ostracismo en la escuela e incluso de paternalismo cuando escucha a sus espaldas que son gays pero “a pesar de ello, son buenas personas”? Sin duda, se ha avanzado mucho en respeto hacia la relación homosexual, aunque no tanto en relación a las dimensiones afectivas. Se acepta el matrimonio entre dos chicos o chicas, pero sigue provocando reparos asistir a la caricia entre dos chicos. Se aplaude la naturalidad con que los padres (aviso para navegantes: este padres no es el genérico) aceptan la orientación sexual de sus hijos, pero diez pasos más adelante algunos se quejarán de que no hay necesidad de esta exposición pública que implique el roce de pieles del mismo género. Esta situación es curiosa porque esas mismas personas son las que defienden la necesidad de que nuestra sociedad necesita la exposición del cariño entre personas heterosexuales o que fomentan la libertad para que estos afectos públicos no se escondan en la calle ¡Cosas veredes! Si la hipótesis que aquí planteamos es válida, este libro es imprescindible hoy puesto que, además de entrar en la clásica y educativa frialdad de fomentar el respeto por la orientación sexual de dos hombres, entrena la sensibilidad de aquellos que no sienten bene-plácito (placer agradable) ante del beso de dos chicos que se despiden hasta la hora de la cena en el parque infantil con un beso amoroso. Al fin y al cabo, alegarán, dos barbas a medio afeitar, rasca. A ver, señores, que no sólo hay frotamiento entre cabelleras cuando dos personas (heteros u homosexuales) se quieren, ni hay pelos sólo en la cara… Pero no confundamos al lector. La novela no es la clásica lectura gay, con un exceso tan supino de edulcorantes románticos que acabe haciéndonos diabéticos. Por una parte, las primeras dos terceras partes del libro nos introducen en la vida de un recluta que padeció en los estertores del Generalísimo, los miedos de los fachas, las intrigas del comunismo, la aridez viril de los oficiales militares que sólo se relajan en la intimidad, la falta de asepsia cuando se vacunaba a la gente o la muerte inesperada de personas que, los que no hemos vivido aquellas épocas, sólo hemos contemplado en países muy empobrecidos. Macera combina la experiencia desoladora con sus enemigos del servicio militar y la camaradería de aquellos que se gana con su astucia con su florecer sexual. Narra, desde los sones armónicos de una polifonía emocional, los noventa días que lo llevarían a besar la bandera… y otras cosas más enjundiosas… La musicalidad de la novela no es congruente en todos sus vértices: si las playas españolas se abrían a un turismo dominado por el topless y las televisiones se rendían a un destape que provocaría algún resfriado político, las iglesias mantenían su oscuridad románica y el misterio que atraía a quienes desarrollaban una espiritualidad que, hoy, se ha perdido en muchas de nuestras ciudades. Allí, Fran, por la mañana, anhela, fetichísticamente, una biblia de excepcional valor, y que se la gana con sus conocimientos teológicos. Por la tarde, se entrega a sutilezas que saben convertir el cuerpo musculoso y ávido de exposición pornográfica de un compañero en una experiencia que roza la mística de la Santa Teresa de Bernini. Ese es Macera: alguien tremendamente respetuoso en su diario transitar (como decía Ordóñez en el prólogo, alguien que kantianamente jamás robaría un beso a nadie), un recluta que sabe fusionar el éxtasis de la caída del sol natural, aquel que hoy ya sólo nos devuelven las comunidades indígenas, con la caricia delicada con X su primera pareja (dejemos X en esta frase para no convertir este texto en el camping nudista del libro). La represión en España de aquellos años conducía a una violencia freudiana de tintes pueblerinos y grotescos. Me imagino a Paquito Macera con sus movimientos de caballero andante y gestos nobiliarios de quien vestía gorgueras en el cuellos junto a aquellos paletos heteropatriarcales unidos en un contubernio de fachas que sólo sabían divertirse en la banal pelea que demostrase quien la tenía más larga. Aquellos matones de manos sueltas y cerebro estrecho serían los responsables de algunas palizas que estuvieron a punto de costarle la vida a nuestro personaje. Nótese que, con esto, no critico la ideología de derecha, de izquierda, de arriba o de pa’dentro, sino la burda incapacidad de destilar el material para elevarse a la delicadeza trascendental. Ser testigos de estas palizas en nuestra España de 2023 postpandémica, y saber que no es ficción sino realidad de un pasado reciente, crea una lastimosa e inquietante sensación de desconcierto. Y a pesar de ello, hay que afianzarse en el ultraje, leerlo repetidamente puesto que si el golpeado está cerca no está más lejos el golpeador. Hay que ser testigos del dolor para que el empujón no se repita y, por supuesto, no acabe en herida supurante. Y a pesar del martirio, Macera tiene a bien exorcizar el grito con otras experiencias como la imagen del chico con síndrome de Down que le miraba mientras flores, y le regalaba turrón en un único movimiento. Nos sabe dirigir más allá del tópico que relaciona al “mariquita” con las flores. Nos permite entrar en la comprensión de la necesidad de la belleza en la propia existencia. Nos avisa de la barbarie contenida en un exceso de hombría con anosmia de los aromas primaverales y con ceguera para comprender que la propia identidad no puede crecer sin la belleza. Porque de eso se trata de belleza natural y ésta será el escenario de su primer encuentro amoroso. ¿Podía ser de otra forma? Hay que ser justos con el protagonista.El autor no sólo es el ingenuo empana’o recluta de las primeras páginas. Sabe defender sus ideales con algo de malicia contenida, sutil pero provocando el suficiente escarnio contenida, sutil pero provocando el suficiente escarnio para poner en evidencia a quien se presenta como poseedor de la palabra que limpiaba, fijaba y daba esplendor. Comienza con un socrático y humilde “solo sé que no sé nada” y acaba con un desafiante “he dicho” (al que añade un “digo yo, pero igual me equivoco”, por si las moscas). En algunas clases de matemáticas como en de religión, el “cigüenín” no consigue callarse. Él se defendería diciendo “es que me tiran de la lengua”. Ya… claro… sin duda…A pesar de ello, sus actos de osadía le ayudan a adquirir un rostro delante de los demás. Cuando se enfrenta a sus verdugos académicos, adquiere nombres más allá de esos estigmatizadores que les imponen los fachas. Se convierte en el matemático o en el curita. Estas circunstancias heroicas dotan de un ser puesto que, como se sabe, el héroe adquiere rostro después de enfrentarse a un abismo que nadie ha encarado previamente. Así, se yergue como el acreedor de auctoritas, de una autoridad que Fran no busca por el reconocimiento social sino por la necesidad de ser fiel a la verdad (bueno y ejercer actos homosexuales allá donde no son pedidos. Quien tenga ojos, lea). En fin, así son los filósofos… Y si de filósofos hablamos, recordemos que el matemático estuvo a punto de ser digno de la misma muerte de un Sócrates, un Séneca o un Boecio, aunque supongo que no todo debe contarse. En suma, el lector asistirá a una iridiscencia de luces: ironía, cinismo con cara de no haber roto un plato, astuciaante los superiores, miedos superlativos, violencia gratuita e ideológica recibida, camaradería con los rojos y con los azules, aspiración por una fusión con la naturaleza emersoniana, candidez y ascendencia hacia los débiles, cierta mala leche cuando las pasiones no se controlan y algún que otro pene desperdigado que se usa para diversos fines culinarios. Como avanzamos, ese mercado florido de emociones va fraguando una red de tensión sexual que se destapa y desarrolla en el último tercio de la novela. Las fragancias evanescentes anteriores acabanen algo duro, erguido, tenso, firme y rígido en las duchas: efectivamente, se trata del sabio maridaje entre el amor y el respeto por las opciones de los demás. Macera sabe disfrutar de sus placeres siempre que estos integren dos elementos: el respeto por la vulnerabilidad del rostro del otro y la afectividad. Así, presenta el encuentro entre dos sujetos muy alejada tanto de aquella fricción de carnes desposeídas de sentimiento a la que hiciese referencia Marco Aurelio como de la golosina infantil del niño que por no saberse controlar acaba con dolor de estómago. En relación al primer punto, la explicación de su primera relación sexual es tan sugerente que hay que esperar a que sea uno de los amigos del autor quien nos la desvele cuando le pregunte que pasó en aquellas duchas. En ese momento, parece que el autor nos dijera: “¿Yoooooooo? Yo no he contado nada de lo que pasó: no soy tan ordinario. Quien lo ha dicho todo es Josemari. ¡Rojo tenía que ser!”. Ya avisé que había algo de fiorentino en este escritor. En relación al segundo punto, Macera consigue traernos la imagen romántica entre dos seres evitando una pornografía tosca, aquella que entra por las carnes pero no por el alma. Y es aquí donde reside la necesidad de esta lectura. Estamos cansados tanto de las imágenes pueriles y en al contraluz de la sexualidad homosexual como del exceso de rutilancia pornográfica que ciega el aroma del amor. Nuestro recluta (de mierda) opera un auténtico rescate de las opciones no heterosexuales que exigen que el escritor sepa traer al lector una caricia como caricia. Quien contempla El beso de Klimt, lee el Romeo y Julieta o se acerca a Loveis in theair de Baz Luhrmann acaba con la aspiración de emular a sus actores porque el arte no imita la realidad, sino que la crea en el plano trascendental. Nuestro propio amor requiere estos elementos artísticos para que funcione como un ideal regulativo (no constitutivo) de nuestra existencia, un lugar al que aspirar. Son modelos trascendentales porque no esperan que los repitamos literalmente en nuestra vida sino que sirvan de inspiración. Se ha de haber estudiado mucho a Platón y bebido más en su El banquete para entender cómo generar en el lector o el espectador esto. Pero, ¡claro!, Fran es un filósofo. Por ello, nos ofrece ese amor desde las categorías trascendentes. Y aun cuando no repliquemos ese amor idénticamente con nuestra pareja sirva para incrementar y dar caudal ontológico al tipo de amor que desplegamos con ella. Lograr este tipo de lectura requiere unlibroque sepa adelgazar el lenguaje, llegar a una sutileza donde más allá del hecho en sí, de haberse besado o acostado conX, se pueda ascender a las bases ideales del amor, sea quien sea la persona que se tenga delante. Zambrano, Ortega y Gasset, Unamuno nos enseñaron que hay mucha filosofía en la literatura. Los quillasingas, los nasa, los awá, los wayuu y otras comunidades andinas nos mostraron que se puede hacer filosofía tejiendo una manta. Los mayas tojolabales o los yanomamis de Brasil y Venezuela nos dan lecciones de ética y de sabiduría desde el acto de relacionarse con la milpa o con las montañas. Paco Macera lo hace desde una experiencia que se nos escapa a muchos por haber nacido en otro tiempo y en otro espacio. Él fue un recluta, sí un recluta de mierda, que quiso y pudo echar un polvo, pero, al fin y al cabo, un polvo enamorado.

ISBN/13:

Num. Páginas:

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Encuadernación:

Año:

Editorial:

Idioma:

Temática:

9798389989542

390

150x210

Tapa blanda con solapas

2023-04-24 11:52:18

Punto Rojo Libros S.L.

Español

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Datos del autor de la obra titulada: “RECLUTA DE MIERDA FRANCISCO ANTONIO MACERA GARFIA (Huelva, 1948) Funcionario JJ.AA; jubilado. Licenciado en Filosofía, Univ. Sevilla Teología, Univ. S. Isidoro, Sevilla Creador y colaborador de las revistas de filosofía: Haser, y Different. (Univ. Sevilla) Artículos publicados en las revistas: -Haser -Different -En el laberinto (Univ. Málaga) -Realidad (CC.OO) Becario investigador Univ. Sevilla, 1997.99 Docente: asignaturas de libre configuración Univ. Sevilla. Docente: I Máster de Filosofía Práctica, Univ. Sevilla. Miembro diversos congresos internacionales de Filosofía. Libros editados: vv.aa, La Filosofía a las puertas del tercer milenio, Fénix, Sevilla, 2005 Auto ed, Opus laboris, Sevilla, 2012 vv.aa, Origen del movimiento LGTBIQ en Sevilla, Punto Rojo, Sevilla, 2019

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