Asesinato en Tindaya

En recuerdo al amor de madre Úrsula, al igual que la mayoría de las personas, sabía que el amor de nuestras madres siempre nos es imprescindible. Desde que las madres nos dan la vida hasta el final de nuestra existencia, son nuestro refugio, incluso la simple compañía de su recuerdo, después de que ya hayan desaparecido, sigue siendo un lugar en el que nos sentimos a salvo de todo. Nosotros, cada vez que estamos en apuros, siempre recurrimos a la protección de ellas, porque sabemos que nuestras madres, estén donde estén, vivas o muertas, nos siguen amando y protegiendo, incluso cuando cruzas el umbral de la vida, cuando ya has abandonado el regalo de la vida, siempre están ellas ahí, junto a ti, como ángeles custodios. Además de esto, y para valorar todavía mejor el amor de madre, nunca se debe olvidar el ejemplo paralelo que propagaba Fiódor Dostoyevski en alguno de sus libros, posiblemente en "Crimen y Castigo". Decía que cuando un auténtico comunista, por las circunstancias que fueran, a pesar de ser inocente, tras ser juzgado es condenado a muerte, no puede recurrir a nadie, ni tampoco a la dudosa benignidad de la justicia, puesto que ha sido ella misma quien le ha condenado a muerte y ya, en esos momentos tan cruciales, como son los momentos previos a ser ejecutado, es cuando se da cuenta de que tras su muerte, como comunista y ateo que dice ser, no puede aspirar a que Dios le perdone y le acoja en su seno. Por lo cual, tras su muerte, teóricamente, a lo único a lo que puede aspirar, como único y mejor escape posible, es a que su alma vaya a parar directamente a los brazos de su madre, sin lo cual habría ido a parar irremediablemente al vacío o a la inexistencia del más allá, a pesar de todo lo que quieren hacernos creer todas las religiones. Él sabe que ella, su madre, siempre estará ahí, a su lado, y que tras su muerte, quizás no le cubrirá con el mejor sudario de seda, pero seguro que le acogerá en su seno y se mantendrá siempre abrazada a él, durante el resto de toda la eternidad.