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Cada mañana, Tobías se sentía realmente mal antes de acudir a la escuela, una fuente de incertidumbre e inseguridad para él. Sin embargo, gracias a la imaginación de su mamá, conseguirá encontrar en su interior todo la autoconfianza para afrontar esta maravillosa nueva etapa de su vida.
Un sensible cuento infantil, tan entretenido como didáctico, para que los más pequeños aprendan a gestionar sus emociones a partir de pilares como la comunicación, el respeto y la empatía.
Me llamo Adriana y mi interés por las palabras surgió desde muy temprano condicionado, muy posiblemente, por haber migrado a los cuatro años a un país con otra cultura y donde no se hablaba español. Ese hecho sembró una semilla que fue creciendo en mí y que atrajo siempre un interés: cómo las ideas se relacionan con las palabras.
Como cualquier joven, quería ser escritora y dedicarme a vivir en el mundo de las palabras y su forma. Tal vez haya sido este latido interior el que me llevó a estudiar letras, pese a mi enorme interés por las ciencias. La capacidad de la forma por contener significado ha sido lo que más me ha interesado, por eso mi formación tiene su principal pilar en la lingüística y no en la literatura, carrera a la, en esta obsesión, le sumé la de corrección editorial.
Digamos que las palabras puestas en conjunción con la formación me llevaron a escribir, pero en el encorsetamiento de los formatos académicos o periodísticos, y fue recién con el nacimiento de mi primer y único hijo, Nohan, cuando empezó de nuevo a latir en mí el deseo de escribir literatura. Para decidir desde qué lugar escribir literatura infantil se me hizo necesario dar respuesta a la pregunta, tan trillada en los estudios literarios, sobre su función: ¿entretener o educar?
Cuando pensé en los textos infantiles, entre los que se encuentra Cartas para Tobías, tomé conciencia de que para mí, al menos, el lenguaje siempre educa porque genera una experiencia en quien habla y en quien escucha, y toda experiencia es educativa. Escribir literatura infantil debe suponer una forma que acerque al niño, sin importar su edad, a la experiencia literaria, mostrándole el lenguaje como una enorme posibilidad de jugar con él y con todo su potencial de ser una verdadera arquitectura del pensamiento.
Todos los niños tienen una fascinación por escuchar cuentos y este interés, sin duda, puede ser una puerta para facilitarle todas las herramientas emocionales necesarias para la construcción de su ser adulto.
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