La ciudadanía suele asociar a las administraciones públicas con conceptos como lentitud, rigidez, dificultad, ineficacia, frialdad, impersonalidad y falta de empatía. El autor considera que culpar únicamente a la burocracia por todos estos males sería injusto. Sostiene que también es necesario señalar la responsabilidad de quienes, siendo parte de lo público, han permitido, con su dejar hacer o dejar de hacer, que se haya llegado a la situación actual.
Con una mirada crítica, pero comprometida y optimista, sobre el servicio público, la política y la burocracia, apuesta por una revolución copernicana impulsada por quienes ejercen responsabilidades públicas. Y para llevarla a cabo, les recomienda incorporar, si no cuentan ya con ellas, un abanico de virtudes, conocimientos, competencias y habilidades, donde la humildad —la virtud que permite reconocer las propias limitaciones y debilidades— debe ser el clavillo del abanico.
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