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En estos relatos cortos de ficción que integran este libro, todos los personajes son efímeros y hasta deplorables. Bien sea a través de un desierto infernal, en busca de una civilización perdida, haciendo un pacto con la oscura eternidad o encontrándose con el aterrador y sempiterno retorno, para ninguno hay piedad. Quieran o no, todos están unidos por la frase latina memento mori, «recuerda que morirás». Como toda ficción, puede ser creíble o no, lo cual no tendría importancia alguna.
F. Esquivel nació en un pequeño pueblo de la Extremadura profunda en una familia de agricultores acomodados. Estudió interno en dos colegios de curas, donde no aprendió absolutamente nada, excepto a arrastrar los pies. Con la familia arruinada, emigraron a Venezuela en un barco llamado Auriga que hacía su último viaje.Allí comenzó su vida nómada con tan solo catorce años haciendo trabajos inverosímiles, tales como despachador de alimentos en un paupérrimo arrabal de Caracas, repartidor de pan en la región de Los Llanos en Venezuela, vendedor de alimentos y ron en un poblado warao en el Orinoco, criador de pollos, agricultor desastroso, operador de cine, cuidador de cerdos y apicultor destructivo.En un pequeño pueblo al pie de los Andes llamado La Grita, empezó su pasión por la li-teratura. Se fue con unos amigos a Caracas sin un centavo, donde pasó un hambre feroz y de forma inexplicable la revista Élite comenzó a publicarle unos relatos cortos increíblemente malos. Años antes, en la frontera con Colombia y de la mano de un viejo sátiro, conoció el paraíso de Mahoma recorriendo todos los burdeles de Cúcuta con un libro de Vargas Vila debajo del brazo. Publicar a estas alturas una novela demostraría que, si no tiene talento, al menos es capaz de conseguir cualquier cosa. Probaría también que se puede vivir sin fe ni esperanza.
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