Allá lejos, donde las montañas no tienen nombre, donde el agua del mar se hace infinita, desaparece el sol cuando el ocaso se va a dormir. Los girasoles agachan la cabeza y esperan, bajo la luna, que su rey aparezca con la llegada del amanecer. Lo bonito de las grietas es que siempre hay un hueco que se puede rellenar y que, además, hay partes en ellas que se mantienen unidas a las otras. Tengo la suerte de que cada una de esas grietas sean mantenidas por manos amadas que jamás dejarían que se rompieran del todo. Aquí aparecen algunos nombres invisibles de quienes las sujetan, incluido el mío propio. En los poemas y pequeños relatos de este libro se esconden sentimientos, recuerdos y posibles futuros adversos. Ojalá sepáis verlos. Confío en vosotros.
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