LA DESNUDEZ DEL FUEGO es un poemario en el que, como tantas veces ocurre en la poesía, los silencios gritan lo que las palabras callan; un encuentro poético con el misterio, con el aparente anonimato, con el sigilo y la sensualidad de lo que sólo importa a dos seres que no necesitan de un nombre para tener un sentimiento pleno, para sentirse maravillosa e irremediablemente vivos. Dos seres que “han entrado, sin violencia, a conquistar una llamarada íntima en la inmensidad del tiempo”. (Fran Picón) Defensa del amor y de su erótica, que “La desnudez del fuego” provee en un doble evidente sentido. En el de la explicitación del reconocimiento de su necesidad vital (...) Y en el más literal de proteger la relación amorosa con rotundidad frente a las miradas ajenas, a la exposición pública que desgasta, a la inevitable agresividad del tiempo y actitudes del tráfago de la ciudad, del mundo. Desde el mismo inicio del libro el poeta no deja la menor duda sobre esta radical custodia (...). La emoción amorosa debe crecer en silencio. La experiencia amatoria ha de cuidarse en secreto, porque expuesta corre serio peligro de naufragar, y porque es la fuente de resistencia y alimento de la rebeldía frente a la realidad, frente a la aspereza de lo cotidiano, a la oscuridad de tanta soledad propia y ajena y tanta incertidumbre. Contra esa oscuridad una espléndida paradoja lírica es la luz incandescente y feliz de la comunión amorosa y erótica. Una intensa luminosidad que hace a los amantes cegadoramente invisibles y les pone a salvo, incluso de las cámaras, que en la ciudad acechan por todas las esquinas, a través de todos los ojos conectados a las pantallas, a las redes sociales (los salones y las avenidas de hoy). (Luisa Miñana)
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