Los factores que determinan la capacidad erudita de la obra tienen aspecto de ficción si consideramos lo fastidioso que resultó al joven Anselmo guiar hasta la finca de su propiedad a sus tres animales bravos: una vaca con su cría y un eral de dos años.
Me refiero a un prodigioso chaval de catorce años, cansado de sufrir las humillaciones de sus dos hermanos mayores, que decidió marcharse de su hogar sin que su madre se opusiera a dejarlo ir, como si fuera una norma tutelar. Tampoco lo hubieran conseguido razonando, después de conocer su afán emprendedor, dispuesto a trasladarse desde el Condado de Treviño hasta el término de Salamanca para pedir ayuda al amigo de su padre, dedicado al negocio de la ganadería brava.
El dueño, un tal Severiano, conocedor de sus dotes de emprendedor, le propuso que trabajara para él hasta cumplir dieciséis años a cambio de la estancia y, como retribución, recibir una vaca brava, su cría y un eral de dos años. Anselmo aceptó el pacto con la condición de que fuera él quien eligiera la dote.
Ya a punto de concluir lo pactado, el muchacho comenzó a impacientarse ante la proximidad de la finalización del contrato por la falta de medios en los que apoyarse para su traslado a la dehesa Alcaparra.
Pues bien, ¿cómo lo hizo? No bastaron la imaginación y la destreza… Solo él sabe cómo los mantuvo infalibles por la senda que ya había programado con antelación para llegar impolutos al cercado de su finca, como se hace con animales mansos.
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