Los textos de este libro, a los se ha llamado escenas, recogen sensaciones, reflexiones e historias fraguadas a lo largo de toda una vida de andar por el monte. Momentos diferentes. Circunstancias diferentes. Escenas, por fuerza, también diferentes entre sí. Sin embargo, hay una idea que las atraviesa a todas ellas, que las engarza y vincula, que las confiere unidad, como a las cuentas de un collar. Esta idea es una convicción, una determinada actitud ética y estética ante la montaña, un modo de estar en ella. No es una fe, es una constatación. La montaña se alza fuera de mí. Es real. “Real como cada una de sus piedras, como cada arroyo que desciende por sus laderas, como cada árbol de sus bosques, como cada cabaña. Real es el frío, la lluvia, el calor, la sed, el hambre, el viento…”. Todas estas escenas hablan de la vida, la celebran. Todas ellas han sido concebidas para que cada cual las lleve a su terreno y las recree. Para que sintamos frío si hace frío, y miedo si la situación se pone peligrosa. Para que nos entren ganas de «abrazar y besar a todos y cada uno de los animales vertebrados e invertebrados que pueblan la baja y media montaña». Para reconocerlas y reconocernos en ellas. Pues así como en la montaña compartimos cuerda y anhelos, así estos textos. Que así sea.
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