Jhosá, el mesías de Qumram

Jhosá, un errante monje esenio de Qumrán, es condenado a morir en la cruz a consecuencia de su oposición a la casta sacerdotal del Templo de Jerusalén. Algunos de sus seguidores recuperan su cuerpo malherido y lo llevan a una tumba. Allí descubren que todavía vive. Le prestan cuidados médicos y deciden llevarlo a lugar seguro hasta que se restablezca: al monasterio esenio de Qumrán. Allí la comunidad le asiste. Corre la voz de que el cuerpo de Jhosá ha desaparecido del sepulcro. Los discípulos de Jhosá se dispersan; sin embargo, la leyenda crece y se propaga. Saulo llega a Qumrán en busca de información sobre el esenio. El sol del desierto y el caballo que se encabrita le hacen caer al suelo. Pierde la visión a causa del golpe. Los monjes lo acogen temporalmente, Jácobo le cuida y le habla de Jhosá. Los roces entre la manera de hablar de las enseñanzas de Jhosá entre Saulo y los «venerables de Jerusalén» (sobre todo con Jácobo y Tomás) vuelve las relaciones tensas. Saulo se refiere al Jhosá espiritual, se inventa un Cristo (el ungido) lo diviniza y lo eleva a la categoría de Hijo de Dios. Sin embargo, quienes convivieron con Jhosá no lo ven de la misma manera Tito dirige las legiones romanas hacia Jerusalén, destruye el Templo y la ciudad. Jácobo esconde los tesoros del Templo y diversos escritos, incluido un rollo de cobre con la historia de Jhosá, en cuevas de alrededor del monasterio en el desierto de Qumrán, cercano al mar Muerto, para que no las encuentren los romanos. Los judíos son expulsados de su tierra, acontece la diáspora general. El nexo de unión donde se agrupan los judíos lo constituyen las sinagogas dispersas por todas las poblaciones en que se aposentan. Tomás se dirige al este en misión divulgadora, hacia Damasco y más allá. En Ispahán tiene noticas del paso de un Nabí, llamado Yus, que llegó a la ciudad hacía algunos años obrando prodigios y hablando en la forma que lo hacía Jhosá cuando estaba con ellos. Sospecha que bien pudiera tratarse de la misma persona. Decide investigar y seguir su pista. En las cercanías de Cachemira encuentra finalmente la tumba del Nabí Yus. Ha llegado tarde. Sorpresivamente, recibe una prueba inequívoca de que Yus y Jhosá eran la misma persona y que, además, le estaba esperando. Viejo y cansado, el anciano Tomás decide hacer un último viaje final y retornar a Jerusalén. Finalmente regresa y ve lo que ha quedado de la ciudad. No encuentra a ninguno de los suyos. Tomás fallece y es enterrado junto a uno de los caminos cercanos a la ciudad. La historia posterior del cristianismo evoluciona hasta tomar la forma que hoy todos conocemos.