Kilómetros a la boloñesa
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Tras un desayuno no excesivamente copioso (no es bueno conducir con la panza muy llena por eso de la pesadez y la modorra) y una reconfortante ducha, con el coche más lleno que el neceser de Mc Gyver y rebasada la hora prevista de partida en algunos minutos (unos cincuenta, en concreto), nos alejamos de casa en busca de unas merecidas segundas vacaciones, esta vez por tierras galas primero y tierras itálicas después.
Haciendo incapié en el neceser del señor McGyver, es más que probable que nuestro hermoso Fiat Panda, aún estuviese más repleto.
Veréis: yo fui uno de esos jóvenes que se compró una Game Boy allá por los noventa para jugar a ese juego tan adictivo llamado Tetris. Es curiosa la habilidad que dicho entretenimiento nos contagió para, en este caso, conseguir introducir el equipaje de dos adultos (uno de ellos, mujer) para doce días, en el maletero de un coche tan pequeño.
Afortunadamente, opté con previsión formícida (de hormiga), por tetrisar la tarde anterior, para no perder tiempo al día siguiente. La de chorradas que llega a poner uno en la maleta. Por no hablar del cesto de playa. ¡Madre mía: toallas, bañadores (dos por persona), bronceador, aftersún, gafas de sol, gafas de buceo con sus tubos correspondientes (¿otra vez?), chancletas y hasta un cenicero de esos cónicos de plástico!
A ver de cuanta playa íbamos a gozar...
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