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En una isla imaginaria del mar Mediterráneo en la que nadie es quien dice ser y nada es lo que parece, un niño sufrió una brutal agresión. Después de veinte años alejado de sus padres y de la isla de Nura, que lo vio nacer, regresa al Faro del Cabrero para escribir una novela sobre su vejatoria violación por parte de tres jóvenes y un inductor depredador sexual, hijos de nobles villanos isleños.
Damià, el hermano de su madre y testigo de aquella barbarie, se toma al pie de la letra el relato y la venganza literaria del joven Pol y comete el cuádruple asesinato que conmueve a toda la isla.
Nura es una trepidante historia que le sorprenderá desde las primeras páginas de esta novela.
Nací en los años cincuenta, en plena postguerra de una cruenta, larga y absurda guerra civil. La ciudad de Barcelona, como el resto de las ciudades de España, se encontraba inmersa en una férrea dictadura militar.
Mi madre me fecundó en los bajos de un edificio justo en frente del Mercado del Ninot. Un mercado que se construyó en 1894 como un mercado de abastos al aire libre y que en 1933, en su primera remodelación, se procedió al cerramiento de la cubierta.
El Ninot proviene de un mascarón o una figura tallada y ornamentada de madera que engalanaba la proa de un galeón. Recuerdo, por las fotos de enton-ces, pasear en bicicleta por la acera desierta que rodea-ba el mercado, con las ruedecitas en los laterales y unos hierros que envolvían mi pierna izquierda.
Sí, yo fui uno de los 35 000 niños afectados por el virus de la poliomielitis. Un virus que se adentraba en la médula espinal y paralizaba las extremidades. Esta infección atacó a una generación de niños entre 1950 y 1964.
Mientras mis padres y los padres de miles de niños de la clase media baja y baja esperaban la vacuna, que no llegaba porque, según decían las autoridades com-petentes, era presupuestariamente inviable en nuestro país, tuvieron que conformarse con sesiones de recu-peración en la Seguridad Social, visitas a dudosos cu-randeros y peregrinaciones al sur de Francia para zam-bullir a los pequeños tullidos en las aguas milagrosas de Lourdes, que, en el peor de los casos, además podías contagiarte de otras enfermedades.
Sí, yo fui uno de los «niños de la polio» que el ré-gimen franquista del general Francisco Franco negó la vacuna a tiempo y nos condenó a esa puñetera enfer-medad. Una vacuna que llegó a España en 1964, diez años después de que Estados Unidos la descubriera.
Sin embargo, cada paso que daba en aquel largo y pedregoso camino de mi infancia se lo debo a mis padres y a mi hermano… Ellos, mis padres, no están y no recuerdo haberles dado las gracias.
Ahora y desde aquí, lanzo este público y sincero agradecimiento.
Veo a mi hermano asiduamente, y le dedico esta última novela.
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