Damià Cardona huyó del Faro del Cabrero en un pesquero que lo trasladó a Bizerta, al norte de Túnez. Huyó de su isla natal, Nura. Huyó después de asesinar a cuatro depredadores mal nacidos por haber violado a su sobrino de doce años. En Túnez, Damià siguió pastoreando cabras y ovejas y, en el Santo Corán, el libro sagrado de los musulmanes, encontró la palabra de un Dios llamado Allah. Sin embargo, Damià no solo dejó en la isla cuatro cadáveres, dolor, odio y una orden de busca y captura, dejó… venganza. Clemente Coll, padre de uno de los violadores del joven Pol e insigne miembro de la Junta de Caixers de la isla, hizo prometer a su hijo Evelio que encontraría y vengaría la muerte de su hijo. Damià Cardona regresó a Nura para terminar con la opresión en la que había vivido los últimos años y zanjar definitivamente las deudas pendientes. Pero el cabrero no llegó solo a la isla de Nura, lo acompañaba Nahla Al-Kundi, que tenía propósitos totalmente distintos a los de Damià. El anuncio de celebrar un Concilio de la Amistad en Nura, con la inesperada presencia del Santo Padre, Benedetto II, desbarató los planes de Damià Cardona. Nura segunda parte es una trama vibrante que, sin lugar a dudas, no te dejará indiferente.
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Editorial:
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9788413855363
212
150x210
Tapa blanda con solapas
2021-02-04 15:24:40
Grupo Editorial Círculo Rojo SL
Español
Ficción moderna y contemporánea (FA)
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Nací en los años cincuenta, en plena postguerra de una cruenta, larga y absurda guerra civil. La ciudad de Barcelona, como el resto de las ciudades de España, se encontraba inmersa en una férrea dictadura militar.
Mi madre me fecundó en los bajos de un edificio justo en frente del Mercado del Ninot. Un mercado que se construyó en 1894 como un mercado de abastos al aire libre y que en 1933, en su primera remodelación, se procedió al cerramiento de la cubierta.
El Ninot proviene de un mascarón o una figura tallada y ornamentada de madera que engalanaba la proa de un galeón. Recuerdo, por las fotos de entonces, pasear en bicicleta por la acera desierta que rodea-ba el mercado, con las ruedecitas en los laterales y unos hierros que envolvían mi pierna izquierda.
Sí, yo fui uno de los 35 000 niños afectados por el virus de la poliomielitis. Un virus que se adentraba en la médula espinal y paralizaba las extremidades. Esta infección atacó a una generación de niños entre 1950 y 1964.
Mientras mis padres y los padres de miles de niños de la clase media baja y baja esperaban la vacuna, que no llegaba porque, según decían las autoridades competentes, era presupuestariamente inviable en nuestro país, tuvieron que conformarse con sesiones de recuperación en la Seguridad Social, visitas a dudosos curanderos y peregrinaciones al sur de Francia para zambullir a los pequeños tullidos en las aguas milagrosas de Lourdes, que, en el peor de los casos, además podías contagiarte de otras enfermedades.
Sí, yo fui uno de los «niños de la polio» que el régimen franquista del general Francisco Franco negó la vacuna a tiempo y nos condenó a esa puñetera enfermedad. Una vacuna que llegó a España en 1964, diez años después de que Estados Unidos la descubriera.
Sin embargo, cada paso que daba en aquel largo y pedregoso camino de mi infancia se lo debo a mis padres y a mi hermano… Ellos, mis padres, no están y no recuerdo haberles dado las gracias.
Ahora y desde aquí, lanzo este público y sincero agradecimiento.
Veo a mi hermano asiduamente, y le dedico esta última novela.
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