Paseando por las calles de la ciudad Imperial, se durmió mi pensamiento y soñó con un amor que se llama Toledo; al despertar quiso recorrer el sueño y se encontró con una realidad soñada, palpable en cuerpo e intangible en su sueño; y decidió contar en epístola lo onírico, porque así cualquier viajero puede pasear por la ciudad y revivir el sueño. Una noche estival tomé un tren expreso y, mal durmiendo, fui a conocer la mar, la visité al alba y me enamoré de su inmensidad, de la tonalidad de sus miradas azules, de su carácter contradictorio, dulce y adusto, siempre insinuante. Agotado, y adormilado, soñé con la mar y versifiqué su voluptuoso oleaje. Así nace este texto de amores oníricos, que nunca visitaron a Hades y hoy viven en este libro, y en mi recuerdo.
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